El tren, el tren, el tren

Instagram Fotógrafo / Phtographer@losttrackofthetimeRail Road Park by © Matthew Malkiewicz – Lost Tracks of Time

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Aquí estoy escuchando al tren, tratando de encontrar el primer recuerdo de sus sonidos.

Quizás se ha borrado y solamente quedan los recuerdos de la ventanilla abierta, con el paisaje pasando rápido entre naranjos o trigales o colinas; a veces, de noche se llena de pequeñas luces, pueblitos quizás, o una ráfaga que huele a buena comida, una cesta por aquí quizás, de esas que preparaba la abuela o las tías.

Así que, sentado aquí y tratando de recordar, en realidad me doy un banquete inimaginable de sensaciones, olores colores, vientos, distancias… ¡y disfruto tanto!

Mientras voy escuchando: el tren, el tren, el tren.

Lo había perdido, digo el tren como realidad, como vida, como lejanías, como signo de vacaciones, de emocionantes llegadas y despedidas, aventuras…                                         En algún lugar lo olvidé, se borró, se perdió, y quedó una especie de sombra, de rastro, de casi nada, en algún sitio tapado debajo de responsabilidades, trabajo familia, amigos, años… Y porque además aquí donde tengo mar y arena, no hay tren.

Y parece que fue una pérdida importante, como haber perdido un chaleco, un reloj. Aunque algunas veces regresaba en algún olor, en algún sonido.

Hasta un buen día cuando, e pronto, se acabó todo, me dijeron que estaba cansado, que era hora de pensar en mí, que tomara las cosas con calma. De pronto parece que todos sabían que debía hacer y cómo.

Tal y como si hubiera regresado a la infancia o estuviera incapacitado mentalmente…

En serio era tal y como si estuviera regresando a la infancia.

Y quizás fue por eso, por el retorno de las órdenes de otros, a tantas recomendaciones y sugerencias que para no escuchar recordé los viajes en tren.

Fue un recuerdo tan dulce, tan irresistible, que dejé que los demás decidieran todo lo que era importante, y simplemente, me mudé al tren.

Me monté y decidí que ya no me bajaría nunca, nunca.

Así el tren se me ha convertido en casa; y aquí estoy dentro de uno.

Y escucho al tren. Casi no puedo contener la risa por la alegría de oír las notas de las ruedas del tren cantando: el tren, el tren, el tren.

Cuando no hay nadie en el vagón, me levanto y canto la melodía de las ruedas, el eco de los rieles y otros ecos y sonidos en un coro que cada vez nos suena más hermoso.

Esas ocasiones son raras; generalmente tengo que dirigir el coro en silencio, para mis adentros, sentado, y guardando la risa. Eso no me gusta porque generalmente esas risas se me pierden entre una estación y otra; y me da tristeza perder así unas risas tan estupendas.

Debe ser también porque no anduve nunca sobrado de risas; de risas verdaderamente mías, me la he pasado de sonrisa conveniente en sonrisa inconveniente, de sonrisa de vergüenza a sonrisas de lo siento, de esas más que nada…

De risas guardo las de mi hijo, risas cantarinas potentes, manantiales de risas de él tengo guardadas un montón; esas no se me han perdido, las llevo aquí en la maleta.

Me acompañan siempre.

Claro que él no lo sabe, mi hijo digo.

Que va a saber él, creo que ya dejó esas risas lejos. Y creo, pero si alguna vez las necesita, aquí las tengo. Todas. Y además clasificadas según los momentos en que él se reía.

Me las traje al tren para que no se perdieran como las mis; porque de niño seguro que yo me reía, seguro que sí.

Quien sabe si en algún momento, entre estación y estación quizás después de algún sueño regresarán mis risas de niño.

A veces cuando alguna se asoma a mi memoria, trato de recordar el cuándo, pero no, se pierde en alguna nube oscura, en algún dolor lejano, aunque aquí, en el tren no dejo que suba ninguna nube oscura, no dejo que seba nada que no sea la risa de mi hijo.

¿Qué más puede hacer falta? Si marcho instalado en la más rica, interminable res de distancias sin final…

Bueno, sí, claro, a veces vienen buenos recuerdos que el tiempo me ha permitido retener.

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Los malos recuerdos se quedaron en la primera estación en la que decidí subirme al tren.

Se quedaron atónitos, no se podían creer, para mí que aún espera, los pobres; habían vivido tan aferrados a mi vida…

Así de pronto y a traición los dejo.

Tuve que sacármelos de encima, arrancármelos, uno por uno, con fuerza, empujándolos. Mostrándoles un desapego que todavía no sentía.

Pero el tren arrancó y nada se podía hacer; y francamente nada quería hacer sino dejarme llevar por el tren.

Tardé algún tiempo en recuperarme de aquel vacío que me quedó de pronto, no encontraba con que llenarlo, la verdad es que me costó.

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En mi maleta, además guardo las historias de mis abuelos que son de mi padre, que son las de mi hijo que las recordará…

Eso no me lo perderé, creo, pero sé que será así, serán sus historias y si no es así, no importará, no me toca sufrir por eso, ni por nada; yo decidí subir al tren y no bajar sino para pequeñas y necesarias paradas que no son molestas para nada, pequeños toques, y nada nuevo sube conmigo.

A la familia le dejé una carta llena de sonrisas de justificación salpicadas de nubarrones de locura y frases de novelas, textualmente.

Frases que decían mentiras creíbles y claras; mentiras en realidad, porque la verdad era tan sencilla, tan simple que no hubiera habido forma de que la creyeran.

Además les dejé lo que querían, lo que les hubiera dejado si me hubiera muerto, cosas que solo a mí me decían cosas.

A ellos no sé qué les dirán, pero creo que poco, ellos aún están en el futuro.

Y esas cosas son del pasado de mi vida y la verdad es que ya no las quería más.

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Aquel vacío de las cosas pasadas que se quedaron allá, el de las penas y dolores se llenó totalmente al poco de subir al tren, cuando comenzó la melodía de las ruedas, los rieles, el viento, los puentes, las piedras, los caminos; los caminos que se pierden.

Así con la sencillez de esos acordes, así se han ido resolviendo en mi vida muchas preguntas. Las que no han recibido su respuesta aún, andan por ahí tranquilas y quietas; o al menos no me mortifican o quizás no vayan ya conmigo en este viaje a ningún sitio.

Pero no me inquieta saber o no de ellas; si tienen que aparecer, lo harán, y si no hay respuestas aún se irán. Así de fácil.

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No pienso en dejar el tren o bajar definitivamente, el tren me lleva y me trae de ninguna parte a ningún sitio, no hay objetivos, ni prisa, voy tan lejos como vaya cada tren y disfruto cada instante acompañada de esta magnífica melodía de los rieles del tren.

Y además ahora dedico tiempo a escribir historias de mi familia, historias que ellos contaban cuando yo era pequeño, o no tanto pero que voy recordando, a veces, sin razón, sin ritmo, sin orden.

Encontré en estos días detrás de una tarde de lluvia y nieve algo monótona, una historia de trenes.

Una historia de un tío abuelo de mi papá que se fue a “las Américas”  y se dedicó a vender rieles y  durmientes a gobiernos locales y nacionales, porque era un estafador que vendía progreso y sueños en un solo paquete.

Y según contaban le había ido muy bien, todos querían tener trenes.

No sé qué haré cuando haya recordado y escrito todas las historias. Supongo que algo sucederá.

O empezaré a escribir las historias de andar en tren por años, hay muchas pero aún no decido nada…

En realidad no es mucho el tiempo que paso escribiendo los recuerdos, suelo hacerlo cuando el tren está parado por mucho rato y no hay nada que me llame más la atención; pero la verdad es que en cada parada, en cada recorrido, en cada minuto de cada día aquí en el tren ¡pasan tantas cosas!

Tantas

A veces son unos ojos negros que me miran y sonrojan.

Otras ojitos que enternecen.

Y rostros, rostros, vivos, reveladores, aunque a veces estén dormidos.

A veces una lengua extraña, no reconozco ni una palabra y me empeño en reconocer, buscando entre vericuetos de mi mente. No me sirve de nada, resulta que no la conozco; para nada, pero se me van las horas en ese buscar; y claro, en archivar esos sonidos por si acaso recuerdo o se repiten algún día…

A veces, si la timidez anda por ahí fuera me acerco y trato de averiguar qué idioma es, no suele irme bien en esos casos, o no hablan otra cosa que su extraña lengua o desconfían de quien pregunta o para que querría saber, en fin que normalmente me quedo sin saber…

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Algunas veces. Muy pocas, sube alguien que me conoce.

En realidad solo ha pasado dos veces que yo recuerde, pero creo que fueron más.

Uno subió y se quedó tan sorprendido al verme que tuve que acercarme y tocarlo; creía que yo estaba muerto o cuando menos desaparecido; estaba tan seguro de eso que al verme su mente se bloqueó y no pensaba, no hablaba, se había quedado vacío, o algo así.

Le costó tanto recuperarse que cuando lo hizo ya tenía que bajarse del tren, y lo hizo casi sin decir nada y ceo que escuchar tampoco escuchó mucho…

Estoy seguro de que cuando recuperó el habla y la razón, ya su mente había tenido tiempo para elaborar una historia que justificaba mi resurrección y con una sonrisa y una sacudida de cabeza había pasado la página y mi recuerdo se había ido al cementerio.

Me dio risa todo el asunto. Es divertido, trataré de recordar y anotar los otros encuentros que tuve y lo comparto con ustedes.

Aunque si recuerdo el otro que fue totalmente diferente, por eso me acuerdo, claro.

Subió, se sentó a mi lado y conversamos por horas, y en ningún momento hablamos del tema de ¿Por qué te fuiste. Dónde vas. Qué haces aquí?

Al final, en la despedida que fue sentida y con abrazo me miró a los ojos y dijo algo así como:

  • «Yo te aprecio por lo que siempre fuiste y la verdad no me interesa lo que se diga de ti, de quién fuiste o eres ahora…»

Y se fue conmovido.

¿Me conmovió? No lo sé, pasé la página y ahora no recuerdo qué dejó dentro de mí esa emoción suya. Pero me acuerdo de todo lo demás, eso sí.

El tren, el tren, el tren

Eso es todo lo que realmente me interesa, estar en este tren que va de acá para allá siempre, que puede dejar de ir…No importa, siempre habrá otro tren, hay muchos acá y allá.

En realidad, e tren me lleva exactamente a donde yo quiero ir, simplemente tengo que ver el itinerario y conocer el nombre de la próxima estación: justamente ahí quiero ir.

No pretendo alejarme de nada ni esconderme de nada.

Creo que soy afortunado porque conozco el sonido del tren, su canción, su melodía y las puedo cantar con él, a veces incluso a todo pulmón: el tren, el tren, el tren.

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AVASALLADA POR EL TIEMPO

En Instagram: @ek.it

ARRASADA POR EL TIEMPO, AVASALLADA POR TANTO ESPACIO, BUSCANDO PUNTOS DE APOYO.

       

Arrasada por eltiempo, avasallada por tanto espacio, buscando puntos de apoyo…

De pie sin ninguna conciencia de mi.

        Dejando al tiempo hacer lo suyo pero aún sin saber si es amanecer o crepúsculo porque estoy arrasada por la ausencia y el espacio.

        Es como si la isla, hubiera permitido al mar entrar hasta los valles y los cerros, como si los pájaros ahora anduvieran nadando o ahogados y sus trinos fueran gárgaras de agua marina.

        De repente y sin aviso simplemente debes olvidarte de ti, dejar de ser tu, apartar sentimientos y aparcarlos en algún lote baldío que luego tengo que olvidar.

Debo olvidar.

Permitir que este tiempo me arrase y esperar un regreso brillante.

Lejos de la isla, en otra isla quizás, siempre cerca del mar, con posibilidad de volver a ser avasallada pero en otro escenario, otras imágenes, otros sentimientos…

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PAQUETE DE TELA COSIDO CON TERNURA Y TURRON

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@vibingpixel Rio Danubio

No he recibido paquetes en mucho tiempo. No había hecho compras online hasta este tiempo de confinamiento…
De pronto hoy recibo un mensaje en el que me avisan que tengo un paquete esperándome… Se lo que trae, pero me emocioné, sentí una alegría especial… de esas que suceden cuando llega un aroma que en principio y a veces al final no identificas, un olor que te lleva otro tiempo, otro momento y con la palabra «paquete» me fui a mi infancia.
Mis papas son inmigrantes. Dejaron a todos y todo en su tierra, y añoraban todo y a todos…

Mi abuela materna leía las cartas de mi mamá donde le contaba sus nostalgias, de sus hijos, (sus nietos), con fotos, dinero y amor…
Mi abuela, que nunca necesitó mas de lo que tenía, usaba ese dinero para ir comprando aquello que su hija añoraba, además de lo que le parecía podía gustarle a esos nietos que no conocía.
Juntaba periódicos locales, recortes de revistas que hablaban de esas cosas que sabia que ella amaría saber, lápices de colores con la bandera del pueblo, banderines del equipo de fútbol local, latas de turrón, de dulces, frutas confitadas, mazapán de la pastelería del yerno, libros de cuentos delgaditos llenos de imágenes, colonia y jabón de olor de aquella marca que ella jamás usó y su hija solo para su boda, y era el lujo que ella le quería regalar después de tanta hambre, de tanta negación, de tanta guerra.

Iba envolviendo cada cosa en capas de papel de la pastelería del yerno, papel usado con manchas de la grasa del dulce que envolvieron antes.

Luego cosía retazos de telas que había ido juntando de vestidos viejos, de pañuelos gastados y seguía envolviendo, haciendo una capa bien justa y pegada a los paquetes, bien cosidas las telas, cada una con su figura y su textura.

Al final otra doble capa pero de telas «finas» de manteles o servilletas que ella ya no usaría…
Buscaba un buen cartoncito grueso y comenzaba a escribir:
» Familia Solé Sempere…» «…Pepe Alemán a Cochera»…
Luego mandaba la carta por avión que llegaría mucho antes:
«Hija espero que te llegue el paquete que envié, porque con esa dirección no se yo…»
Y entonces llegaba aquel paquete a mi casa 2 meses o mas después, pero siempre cerca de la navidad, y había que esperar que llegara el papá y estuviéramos todos, mi mamá se sentaba en la mesa del comedor a llorar y a limpiarse la cara con el delantal, con las manos en el paquete para que no se le escapara, lo olía, lo tocaba, le daba la vuelta. Luego pedía una tijeras y esperábamos…

Llegaba mi papá y sin quitarse chaqueta o corbata, mirando arrobado a su mujer, mano sobre mano le sonreía y ahí comenzaba el corte de cada puntada, desesperante para nosotros, ritual para ella, doblaba cada retazo, cada uno, algún retazo le recordaba el vestido, el delantal y lloraba otra vez… otra pausa… luego el papel y ahí arrancaba otro llanto incontrolable…

El delicioso olor de la pastelería, del obrador, de cada dulce que durante vio salir y entrar, que a veces probó…
Y con el ultimo papel comenzaba a sacar cada cosa…

Prohibido hablar, tocar, oler, suspirar… Solo ver y callar.

Y después de ir poniendo esto aquí, esto allá, se levantaba nos miraba para dejarnos más paralizados aun y se iba al teléfono negro y pesado, le daba unas vueltas a la manija y pedía «una conferencia con Alicante, España» aquello podía retrasar el momento del reparto hasta dos o tres horas, pero no importaba porque al final después de la llamada, de lágrimas y algún bofetón porque alguien se negaba a saludar a la abuela, venía el momento cumbre del reparto, la probada, las risas, la alegría, la Navidad estaba lista, lo que viniera después ya sería otra cosa…

Aquel paquete duraba meses… entregado por cuotas sorpresivas a golpes de ternura de mi mamá, que no tenía mucha ni para ella… Muchos meses hasta que solo quedaban los cuentos, los lápices y los periódicos, las telas y los papeles…
A veces en sus eternos delantales mi mamá llevaba como pañuelo las telas del paquete con las gotas del perfume y lloraba… solo a veces…

Noviembre de Otoño el año de la Incertidumbre 2020

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Robo de Otoño

Ahora que me han robado el otoño me ha tocado inventarlo con este sol inclemente y este calor.

Este calor de playa y mar tropical sin otoño, sin primavera, sin invierno.

Inventarlo y sostenerlo al menos por unos minutos, más tiempo es difícil.

Pero insisto y busco con que fijarlo, olores, colores, sabores.

He tenido que anticiparme al robo que ya sé con seguridad que ocurrirá, es un futuro cierto sin ninguna sorpresa, todo seguirá igual, pero el robo es inminente, será la novedad, la sorpresa oscura y absolutamente cierta.

Ya sé que no es mío el otoño, era prestado, ya lo había perdido antes y jamás, jamás pensé que volvería sin esperarme.

Ya sé que él siempre ha regresado con sus vientos y sus colores y los montones de hojas, y me prometí que nunca más lo perdería…

Pero no cumplí, lo perdí, y es irremediable porque este otoño precisamente este, ya está yéndose sin mirar atrás, sin despedirse de mi, me deja deshecha, o no en realidad me deja hecha jirones, con lágrimas y una huella indeleble de vacío…

Manos mal que dejó su estela de ocres, marrones, amarillos, dorados, olores, vientos, bufandas, gorros y botas y quizás para su próxima entrega yo esté ahí, esperándolo, perdonándolo sinceramente porque mi amor por él es de los buenos.

Me robaron el otoño.

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El Alma Confinada

atodocreyon2.blogspot.com
silenciada Obra a creyón de Claudia Chacón

Y entonces creo que se me fue el alma…

Y entre un día y otro fui perdiendo el alma. Bueno no, eso es exagerado porque ¿Cómo puedo saber que el alma se ha perdido si no se si tengo alma, o si alguien tiene alma.

El alma es algo que se puede perder según he leído, o escuchado.

Podríamos decir algo así como: “…y entonces Rodulfo perdió su alma” 

Pero a mí se me perdió en serio y creo que fue una de estas mañanas entre el confinamiento y las malas noticias, como si el confinamiento abriera espacios y en esos espacios se me perdiera un pedazo de apellido y muchos espacios de alegría y la mala noticia aprovecha y entra, claro que yo le abro un poco las cicatrices que tengo desde que empezó el caos, un rato de twitter, otro rato del grupo de wasap de Crecimiento Personal y listo la mala onda entra y se instala.

Pero ya pasaba antes de todo esto, sin tantas cicatrices, ahora hay más, o yo tengo más, o las mismas están abiertas, no lo sé.

Hasta quizás porque se abrieron, el alma se me fue por ahí.

No se explicar porque lo sé, y no voy a pensar mucho en eso.

Es algo que sabes. Lo sabes y ya. Es como una sensación de no llenura, no es de vacío, no, es de que hay una llenura que ya no tienes, pero no ha quedado espacio. Es complicado ¿no?

Creo que si es el alma la que se presenta ante dios, o va al cielo, o se queda por ahí vagando cuando uno se muere, pues cuando llegue el momento ella aparecerá, o no…

No tener alma me da cierta paz. Una cosa menos para ocuparse.

Aunque la verdad poco me ocupaba de ella. ¿Será por eso que se fue?

Pero ¿Cómo se ocupa uno del alma? Cuando era pequeña era sencillo, te portabas bien tenías el alma blanca y pura como las sabanas de la propaganda, impecables al sol, luego hacías cualquier maldad, una mentira, un robo, una mala palabra y se manchaba un poco el alma, “la mancha”, ahí estaba hasta que se iba a punta de arrepentimiento penitencia o se te olvidaba…

Pero después creces y es que no te ocupas de ella porque tienes tanto que hacer, hasta que llegó El Confinamiento y te sobra el tiempo…

Por eso dudo de que se haya ido porque quizás nunca estuvo, son las ideas de tanto cambio, tantas cicatrices que se abren, tantas nuevas malas y buenas ideas que han aparecido en estos raros días…

Ma. Dolores Solé

Noviembre 2020

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LOS CRUJIDOS DE LOS MUEBLES

Los crujidos de los muebles cuando están dormidos son los que a veces me despiertan suavemente.

Ellos crujen, se acomodan, lo hacen quizá para quitarse de encima el polvo y el tiempo.

Porque, eso sí, los muebles viejos crujen.

¿O no?

No lo sé, aquí hay muebles antiguos, pesados y grandes.

Llenos de cajones y puertas.

De espejos

Espejos que han visto gestos, caras, vestidos, cuerpos.

Los crujidos a veces me amenazan, o no; quizás los muebles al crujir remuerden la conciencia, por eso creo que me amenazan. No sé.

Ellos crujen, y en ese momento recuerdo aquello que quiero olvidar y entonces se convierten en una amenaza, aunque sé que ellos no son los que amenazan, pero prefiero pensar que sí, que su crujido me recuerda, y yo pretendo olvidar.

Otras veces ese sonido es dulce y esperanzador; me recuerda que estoy vivo, que puedo escuchar hasta ese pequeño sonido, dice que soy tan especial, que hasta a ellos los escucho, y entonces me lleno de alegría y ese día el gozo es grande; siento que puedo salir de esta oscuridad, de este encierro.

Los crujidos de los muebles dormidos a veces me invitan a vagar en la oscuridad, pasillo y salones quietos, cortinas y alfombras llenas de sombras, perdidos color y forma parece que me siguen de acá para allá.

Voy dejando  huellas en cada paso; es como si me deslastrase del peso de cada día, en cada paso dejo peso, paso, peso, paso, peso.

Y el crujido de ellos va conmigo tocando teclas, ora de aleluya, ora de miedo, ora de remordimiento roedor y severo, ora de alegría y luces.

A veces se llena todo de miedo, puedo jurarlo, a veces no son ni míos, algunos me parecen hasta infantiles, cosas de ogros o de pesadillas, y a pesar de que ni los reconozco me lleno de pavor y no logro sacudírmelos y regresa el peso a cada paso. Paso, peso, paso.

Los crujidos a veces me los tengo que inventar porque la luna llena tiene los ruidos despiertos toda la noche, y  a mí también, pero no hay problema, puedo reproducir en mi corazón cada sonido, y además se lo pongo a éste o aquél, como si cada mueble tuviera su sonido, que yo sé que no, pero me lo invento y entonces el peso cede, y los pensamientos abandonan su intensidad.

No es que tenga insomnio, nada de eso, es que a veces, a fuerza de estar solo, olvido cortinas y puertas, y es de día, y ya dormí y ya soñé, y en el silencio de la casa, los escucho, aun duermen y juego a la noche, sobre todo los domingos que no salgo, y todo está más quieto.

Los crujidos de los muebles cuando duermen son como una clave, a veces como una pista, algo así como la pieza exacta del rompecabezas, o la palabra justa del crucigrama o la respuesta a la pregunta que se quedó colgando ayer entre mi casa y la de ellos.

Los crujidos de los muebles cuando duermen dicen la hora exacta de resolver, de hacer las cosas, hacen algo así como el trabajo de los relojes. Pero más suave, más discreto, no te persiguen como el tic tac, o el tic tic tic,  o las campanas de mentira en las iglesias.

Estoy seguro de que el crujido de los muebles al dormir le gustan más a Dios que las campanadas eléctricas, claro, cuando tiene tiempo para escuchar campanadas.

A veces, cuando los muebles crujen al dormir me pregunto si en realidad la historia de Dios es real, y entonces sucede que los crujidos me recuerdan al niño de mi niñez, al mocoso que todo lo podía.

Ese niño hablaba con Dios en un diálogo constante e intenso.

Pensé en er cura, pensando que Dios me había elegido para trabajar para él, en exclusividad, y hablé con el cura para saber cómo era el asunto, y entonces me dijo que Dios me hablaba porque yo lo conocía, que Dios andaba conmigo, que Dios en definitiva siempre estaba conmigo.

El cura se fue del pueblo. No pude preguntarle más.

En algún momento Dios se me quedó enredado en alguna esquina, en algún problema mío o de otros y ahí se quedó porque cuando hablo y hablo y hablo con Él, nadie responde, nada me dice que Él me escucha.

Cuando los muebles crujen, cuando están dormidos, no importa la hora o el momento siento que no estoy tan solo.

Cualquier otro sonido es ruido, porque ese crujido no es ruido, es como el latido de mi corazón, es una confirmación de que aun escucho más allá de mis oídos, más allá de la pesada realidad que a veces me empequeñece.

Quizás si sigo escuchando el crujir de los muebles al dormir, regrese Dios de su larga ausencia y podamos volver a conversar.

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LOS SAPOS

                                   

un nuevo nocturno Claudia Chacón

        Aparecieron calle abajo al salir las primeras estrellas, el pueblo entero estaba acostado, un vecino jura que oyó él murmullo y pensó que era alguna muerte cercana, los rezos de los dolientes, repetidos, lentos…

        Otro dijo que parecía él fin del mundo, como si a los ancianos les hubiera dado por confesarse, de golpe, a todos.

        Calle abajo, lentamente, salto aquí, salto allá, croa-croa, huepe-huepe, en larga y ancha procesión, sapos y ranas calle abajo, ordenados y mirando al frente, muy seguros, muy decididos.

        Y llegaron a la plaza y se quedaron ante la puerta de la iglesia, inquietos y croando suave, croa-croa huepe-huepe. Eran muchos sapos, muchas ranas.

        Todo el suelo de la plaza verde y marrón.

        Todas las ventanas abiertas en rendijas, y los ojos ocultos, curiosos.

        Al fin, el cura despierta y se asoma por la ventana chiquita de la puerta principal, no ve nada, pero oye todo él eco…

“Algún lio, alguna disputa, no los veo, pero parece que son muchos, pero no sé qué dicen. ¡Cállense!  ¡Que el cura es el que los levanta con la campana cuando ustedes aún duermen! Más respeto, murmura molesto el cura.

Que váyanse lejos con sus murmullos y sus discusiones de política, que soy viejo, y despierto a las campanas yo solo. ¡Caramba!”

        Y los croas y los huepes, más fuertes, continúan, suaves, sostenidos.

        “Bueno, abriré y los voy a poner de rodillas por hacerme esto y ¡Ay del que se niegue!  Lo mando a hacer unos cuantos vía crucis, de rodillas…  vaya que hace frio por aquí abajo hoy… los tengo que componer a estos y tienen que respetar, que se creen ¿que aquí no hay autoridad?, aquí lo que hay es locos, viejos, viejas y yo”

        Puerta de madera vieja, rechinando ella y callando los batracios, todos muy quietos ahora, muy quietos, casi parecen congelados, los ojos redondos, fijos en la puerta que se abre, la puerta pequeña, la de la semana, la otra, la grande es de los domingos y fiestas de guardar.

        Aún es noche, sin luna más noche todavía, así que solo se ven los brillos de los ojos, brillos de lunas pequeñas, de muchos planetas pequeños alrededor de la plaza…

        “Santo Dios bendito, Virgen del Perpetuo Socorro cuanto bicho” y se santigua el cura “¿quién los manda? Sapo y rana no producen nada, no se cosechan ni se ordeñan, sacan verrugas, pero ¿quién los cría para eso?

Y me los manda a mí, yo no tengo verrugas, y míralos, todos esos cristianos escondidos detrás de las cortinas, despiertos y escondidos, que el cura resuelva, ¿por qué se esconden? Tienen miedo, ¿miedo a qué?  ¡Virgen Santa, Se meten en la Iglesia!

        Y corre el cura al altar y allí ve al sacristán, casi en pijama, con los ojos tan abiertos como los sapos y las ranas, con la boca abierta, ahora mira a los bichos, ahora ve correr al cura, se va el cura, piensa, se asustó, no, viene al altar…

        “No dejaré que lleguen al altar que eso es muy sagrado, no los dejaré subir, ahí sí que no. Esto es obra del diablo”

Atrás les grita, pero no escuchan, los sapos y las ranas están por todo el suelo, bajo reclinatorios, y pasillos, ordenados, perfectos, quietos, expectantes.

Ni uno cruza esa línea invisible entre lo sagrado y lo humano de las iglesias.

        El cura ha llegado al altar, va en bata, pide sotana y casulla y el sacristán no se lo cree, pero no habla, corre busca y ayuda al cura. Él se viste y prepara todo, el cura mira a los bichos para que no se vayan a mover.

-Lento sacristán, muy lento como siempre.

-Es que estaba dormido… es que estos sapos no me gustan…

es que no sé porque se pone la casulla, eso no los asusta.

-Pues bien dormido, tuve yo que abrir la puerta de tanto ruido, que pensé en borrachos y mira tú…

Y comienzan los sapos, muy bajo, casi murmuran, casi parece una súplica, croa-croa, huepe-huepe,

        -Misa de difuntos sacristán.

-Padre ¿de difuntos, y eso por qué?

-Seguro que esto es alguna ánima en pena que se ahogó en el pantano, o en la quebrada y anda mandando mensajeros para que la saquen de este mundo. Así que misa de difuntos y en latín para que sea más efectiva.

-Misa para sapos padre, eso puede ser pecado

-Y a ti que te importa, si es pecado, pecan los bichos, igual hago la misa, que ellos son creaturas de Dios ¿no?

-Sí, eso sí, mejor decir misa de sapos padre, misa de locos. A mí esto me parece de locos. Una locura.

-A ti te parece que te callas, que tú eres más bombero que sacristán, termina de vestirme mientras vigilo que ninguno se acerque. Por San Casimiro, San Bartolomé, San Bastián…

-San Francisco amigo de los bichos ¿no?

        -Sí, ese, San Francisco que nos asista. Abre los libros, comencemos.

        Y empieza la misa, y el silencio de tanta vida llega hasta el oído de todos.

        -Padre –susurra el sacristán- que los bichos están contestando, o ¿estoy alucinando?

        -Estás loco, cállate.

        Las viejas se asoman por la puerta.

        -Tú no mires, solo de reojo y solo por si los bichos vienen. Haz como si fuera lunes, y tú y yo solos con los santos y alguien que se habrá muerto sin auxilio; así que, por el amor de dios, sigamos adelante o el muerto voy a ser yo.

        Los sapos y las ranas abren y cierran los ojos según cada sagrado momento, bajan o suben sus cabecitas según cada momento de recogimiento.

        Y reza el cura y contesta el sacristán y los sapos croa-croa, huepe-huepe muy, muy bajo.

        Canta un murmullo lento el cura y el sacristán de rodillas vigila.

        Y ahora llega el momento de la homilía, hay que subir al púlpito, se santigua el cura:

        -San Francisco, San Bartolomé y Santa Bárbara me acompañen.

        Mira a los animalitos y dice:

-Hijos míos, no, creaturas de Dios… ¿Qué será lo que han venido a buscar? Yo no he visto congregación más atenta y más quieta, todos me miran, ¿será comprenden señor?

Que no vienen por el diablo, a lo mejor ni por dios, a lo mejor es una prueba, pero igual les va sermón de madrugadas y de otros años cuando era joven y se me llenaba el alma de rezos y de creerlo todo.

Santa Rita, patrona de los imposibles me acompañe.

        Mira hacia el techo, cierra devotamente los ojos, se santigua lentamente, profundamente, une sus manos.

-Los bendigo primero (por si acaso algo malo)

-Esto es como estar ante personas que hablan otro idioma, que nada entienden de lo que yo les vaya a decir ni de rezos o iglesias (o ¿sí?), pero tienen cara de saberlo todo. Como niños con cara de que se saben todos los misterios…

Recuerda entonces el cura cosas viejas, cosas nuevas, mueve la cabeza, mira hacia abajo, murmura y decide bajar del púlpito.

-Sacristán ayúdeme a sacarme la casulla, el hábito que todo esto me molesta para sentarme en el escalón de allá bajo, cerca de los bichos, los sapos y las ranas.

-Y ¿se va a sentar en el suelo?

-Me verán mejor y yo a ellos.

        Murmura el sacristán:

-Que aquí lo único que van a entender son las viejas que le van a escribir al obispo, y los dos nos iremos juntos a un pueblo de esos llenos de agua con mosquitos zancudos y todos los sapos estos se irán con nosotros…

-Deje el murmure y vigile. Que me manden donde sea, pero aquí pasa algo que no entiendo y que no voy a entender y no me importa, hoy hago esto porque quiero. Aquí dejo por un rato al cura y soy hombre con bichos o sapos y ranas.

-Pues ¿qué hay que saber?, sapo es sapo y aquí estarán calientes…

-A callar.

-No me callo …y en el invierno cantan, y con la bulla que hacen yo duermo porque es monótona y tranquila, si cantan el agua no sube y no se desborda, el rio está tranquilo… y tienen miles de renacuajos que los niños recogen en latas, que tocan el agua y luego les da disentería padre, por meterse en el barrial…

Y se escucha muy bajito: (Croa-croa, huepe-huepe, se mueven, se acomodan)

-¡Chitón pues hombre! – ya el cura está molesto. -Cállese pues que no me aclaro.

(Y los sapos miran a uno y a otro)

Y el sacristán se arrebuja molesto en un rincón en la penumbra y escucha quieto, atento, vigilante.

-Bueno creaturas de dios,  nunca ni había pensado en sapos, ni en ranas, no pienso en bichos, solo cuando molestan. Pero en serio que debe ser que ustedes no molestan…

-…comen mosquitos zancudos son eco…

-Chitón pues…  y tampoco nunca pensé en tantos bichos juntos, quietos, atentos, casi hasta que diría devotos, respetuosos, una feligresía perfecta, un público perfecto como la obra de Dios, como la esencia de cada ser humano.

Como niños, ustedes son como niños a los que se les ha prometido algo bueno y especial si se portan bien en la iglesia, en la misa, al menos un rato, y ahí están quietos y esperando que pase todo y recibir su premio. Y no tengo nada especial, nada que darles.

Abre sus manos enseñándoles que nada tiene, pero los bichos solo le miran a él, y él a ellos, trata de mirarlos a todos, ellos con ojos saltones, él con ojos tristes.

        -Yo soy un cura de pueblo, cura de pueblo pequeño, cura pequeño pero cura al fin y puesto aquí para lo que Dios mande (Dios con mayúscula) Dios, y Dios los debe haber mandado. ¿Será que ustedes me dicen y yo no entiendo?

        Suena algún huepe algún croa. Pocos.

-¿Será que ustedes, en su quietud, en su aparente devoción, me lo están diciendo?

-Y yo solo sé de ahora, de ya mismo que no entiendo del más allá, del infinito, de lo eterno, que suena bien pero no sé de eso, nada. Hasta se me han olvidado los misterios de tanto repetirlos una y otra y otra y escuchar el eco de los que tampoco saben pero repiten, o ¿alguien sabe? También perdí la costumbre de creer, solo fe en lo que veo y en lo que toco y poco más. Cierro los ojos Dios, los cierro, luz del padre, luz del espíritu santo, luz de tantos y tantos misterios que cada día suceden, misterios y milagros. Luz de Dios.

-En algún charco de este pueblo se me perdió todol, y ustedes lo encontraron y me lo vienen a traer, o solo a contar que lo vieron. Pero  ahora no los entiendo, y lo que hayan venido a decir no lo entenderé, quizás si se quedaran lo suficiente… si yo volviera a escuchar, a creer.

        -Tiempo, oír, ver, ¿Ven?  ¿Lo ven? Los sentidos me atan, necesito de tiempos y de mejores sentidos, otros distintos tal vez, otros que tuve y perdí. Y ustedes volverán a los charcos sin que yo haya entendido.

        Sacude sus ideas, se despeja de las telarañas que obstinadas siguen ahí tal cual…

        -Creaturas de Dios, obras de él, unidad formada por eslabones perfectamente unidos unos a otros y a otros y a otros, como esas infinitas estrellas colgadas allá arriba Dios sabe con qué fin, pero allá están unidas al cielo cubriéndonos, dando cobijo a sus charcos, a la lluvia que los nutre y ustedes cumpliendo, procreando, cantando, alabando, y los niños con sus latas, y yo viendo pasar y pasando… Y es que me quedé.

-Antes miraba caer hojas y las amontonaba una sobre otra asombrado de tanta perfección y hacía montones y los clasificaba, primero por color, luego por los rotos o porque eran parecidas, eran perfectas; ahora amontono años y sueño, cansancio y ecos, repeticiones y murmullos, años viejos imperfectos, nada de asombro. Pero aquí están ustedes, y podría comenzar a clasificarlos, mira esas ranas blanquísimas…

        -Ranas plataneras padre – animado habla el sacristán que el de eso sabe – se pegan a las hojas bien lejos del sol, escondidas en rendijas verdes para no quemarse. Y seguir blancas.

        -Plataneras entonces. Y aquellas bien verdes, igual al verde de San Como, y las marrones parecen barro…

        -Se camuflan…son buenas para las verrugas…

        Y se mueven más las ranas, los sapos, reconocidos, parece que los ojos brillan más, están más redondos, más relajados los montones de aquí y de allá, algún croa-croa persiste bajito, algunos huepes. Algunas cierran los ojos. Bajan las cabezas.

        -Me cansé sacristán. Aunque me quede aquí y me congele no entenderé. Pero no importa. Terminemos bien esto, lo que sea que es.

        Y el cura se viste de nuevo. Vuelve al altar lentamente,

-Ayúdame sacristán que quiero terminar esta misa, deja que los bendiga y ya, volvemos a la cama, no importa la hora ni las viejas, hoy el cura se cansó. Y todos a dormir de nuevo o no…

        Y reza el cura, alto, llama a Dios, fuerte, sube el cáliz, sube la hostia y todos los sapos y ranas bajan la cabeza, el cura los ve, cierra los ojos y mantiene unos segundos más las manos en lo alto, y reza.

Bendice todos los bultitos, verdes, marrones blancos, concentrado en que ningún bicho quede sin ella. Bendice con sonrisa.

        El sacristán se horroriza y se santigua, las viejas se van calle abajo entre murmullos y cruces en el pecho.

        Y termina la misa, el cura tapa y recoge, el sacristán lo ayuda y vigila, el cura solo está en lo que está.

        El sacristán, espera que el padre se mueva a la sacristía, pero no lo hace, así que le dice muy bajo que él se va. El padre mueve una mano, lo despide y sigue con sus manos recogidas, sonriendo y esperando.

        El padre comienza a bajar las escaleras y los sapos y las ranas, salto aquí, salto allá van saliendo de la iglesia.

        -Cura chico mi Dios, muy chico.

Y va cerrando la puerta, y los bichos saltando huepe-huepe, croa-croa; calle arriba van perdiéndose de vista, y las rendijas los despiden.

FIN

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La calma

Photo by Matt Hardy on Pexels.com

Hay palabras redondas, la calma es una.

También las hay cuadradas, difíciles de encajar obvio…

En lo personal las redondas son las que mejor van conmigo, por ejemplo calma, mar, calamar por supuesto…

Son palabras que me producen una sensación de estar entre nubes, descansada, abierta a observar lo que sea que pase… Y las puedo pronunciar, repetir, rehusar, reciclar, sin cansancio, tranquilamente.

Claro que las cuadradas, las difíciles de encajar, obvio, como calcetín, alfombra, pasta, sillón, se me hacen especialmente molestas y las evito en la medida que puedo, es fácil es solo cuestión de cambiarlas, buscar sinónimos, tengo un enorme diccionario y si no voy a Google, he sustituido la gran mayoría. Pero no es algo fácil. Para nada.

Luego están las palabras fofas, amorfas totalmente, que no se definen bien y esas realmente las detesto, por ejemplo: flama, universo, terrón, sopa…

Es difícil porque hay muchas más fofas de las que uno cree… Lenteja, acueducto, brisa, bruma…

Me producen una especie de rechazo visceral, son algo insoportable. En serio.

Hay algunas que por su forma tipo estrella o erizo me hacen plantearme la posibilidad de ni siquiera sustituirlas, solo dejar ese espacio en blanco, pero resulta mala idea porque el texto no se entiende del todo, por ejemplo:

La salió esta mañana y la puerta entre cerrada para evitar que pasarán no funcionó y hubo que cerrarla…

¿Vieron?

Y si es en una conversación es más complicado.

Creo que en definitiva tendré que quedarme callada o hacer como los obsesivos compulsivos que que evitan las rayas del piso, y los manteles de cuadros…

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Principio y Fin

Foto de📸: @oranmordaunt

Siempre hay un principio y un final.

Siempre. En todo. Nada escapa al ciclo. Por eso importa más el cómo llegas que llegar.

¿Qué camino elegiste, estuvo bien, fue un buen camino, complicado, difícil, sorprendente, horrible?

El camino es lo que interesa. La llegada está vacía… Piensa en tus logros, en esa llegada a la meta, la graduación, el título, la boda…

Cada suceso fue un camino que emprendiste con más o menos conciencia.

De cada camino y cada meta, cada final te llevo a ser más, más sabio quizás, más precavido, menos confiado, más susceptible, más alegre… Tantas opciones entre el principio y el fin.

Por eso el camino importa tanto. Cada detalle cuenta, así que de vez en cuando para, mira, respira y luego sigue…

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Volando con Mariposas. post cuarentena

No me veo muy alegre porque conozco la corta vida de las mariposas, pero igual logré elevarme con mi vestido largo y el moño que me hizo Xirtis, lo hizo virtual, como un tutorial, de lejos, algo así como que concentró sus manos en las mías y listo el moño.

La imagen tiene un atributo ALT vacío; su nombre de archivo es volando-con-mariposas.jpg

El hermoso vestido debía ser dorado porque lo usaría en el día nublado, casi lloviendo, de esta primavera tardía, el dorado destaca delante de las nubes, y parecería sol, o no, pero el azul parece luna, sirve igual…

Para que fuera dorado deberían haberlo hecho las arañas del centro, pero estaban ocupadas o escondidas por la pandemia, así que tuve que buscar arañas nuevas monocromáticas porque las multicolor estaban molestas por los colores de las mariposas y no entiendo bien porque, ellas ni siquiera hablan el mismo idioma, las arañas susurran todo el tiempo y las mariposas son tan despistadas que olvidan hablar. O quizás no lo olvidan sino que por volar no hablan, y ¿para qué hablarían? Con solo volar ya cuentan historias y si no díganmelo a mí, pasé dos horas volando con ellas, dos largas horas porque íbamos muy despacio y ellas querían hacer ver que no les costaba llevarme, así como si yo fuera etérea, insustancial, hasta volátil.

Y hacia tanto que no salía, tanto, que poder vestirme regia con moño y perfume de violetas ha sido muy divertido y claro poder volar con mariposas es como una gran cucharada de helado de chocolate, del oscuro, sin cerezas.

Era de madrugada así que casi nadie me vio, lástima, quizás hasta me hubieran aplaudido, o los niños con sus cometas se habrían quedado enganchados y nos habríamos, pero había que aprovechar las corrientes del norte ahora que he aprendido a manejar la brújula de mi teléfono, porque en estos días metida en la crisálida de mi mente he dedicado tiempo a aprender cosas útiles en caso de naufragio, tipo: La Brújula uso y manejo de Latitudes y Longitudes», o el manejo de espejos reflejantes de pantallas reflejantes (esto fue difícil de entender) aún no se para que servirá, pero estaba en el pensum de Historias de las Monarquías y quería el diplomado para colgarlo en la pared azul del estudio de Samuel, se verá bien, es un diploma bonito, recargado con oropeles y filigranas doradas, sellos y firmas, muy de acuerdo a las monarquías y más de acuerdo aun con sus historias, además de que fue un diplomado diverso y anverso con algunos giros inesperados, giros que reclamé a los directores del diplomado porque algunos profesores se salían de contexto con excusas muy banales del tipo: “es que hoy no comí brócoli”, o “mi hija pequeña vomitó”  y no es que yo no sea compasiva o que no entienda los problemas digestivos de los profes, yo comprendo, pero que  cambien el temario abruptamente es desagradable, aunque, la verdad también tenía su gracia la cosa porque esto de las mariposas lo saqué de uno de esos giros cuando el profe de “Coronas falsas y Cetros” Monarquía 101 se puso a contar la historia del vuelo con mariposas infortunado para una extraña reina normanda que se llamaba Furliria  y que intentó este vuelo con cetro y corona y… y se cayó y parece que desde entonces ya no fue la misma.

La imagen me la envió un señor que no conozco, y que según entendí al leer su correo, es fotógrafo ambulante, pensaba yo que todos eran ambulantes pero parece que no, este me explicó que los ambulantes no son como los que andan con el teléfono todo el tiempo sacando fotos, el deambula, literalmente escribió: “soy diferente, yo deambulo pero no para sacar fotos sino más bien para encontrarme con ellas, con las fotos” entre otras explicaciones y excusas por el robo de imagen y cosas asi…

En fin le di las gracias y sigo pensando ¿como supo mi correo…?

Y no hay mucho mas que contar, obvio que bajé en cierto punto y hora, regresé a la crisálida convencida de que el dorado del vestido habría lucido más y que debo revisar mis conocimientos sobre la brújula porque creo que de día, quizás también pueda medir el Norte y salir con alguna buena corriente de aire y sol para que las mariposas realmente se luzcan y las cometas se enganchen en mi moño, los niños se rían y las personas aplaudan sorprendidas y alegres, porque ver algo así, no es cualquier cosa, y espero que en eso estemos de acuerdo todos. Gracias por leerme.

PD Si salimos de día creo que las arañas estarán de acuerdo en que el vestido debe ser azul oscuro, al menos las del centro. veremos…

Por si les interesa su correo es: volcanicus.imaginus@gmail.com

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UN HOMBRE QUIETO EN LA VENTANA

Un hombre quieto junto a la ventana, mira hacía mi pero no me ve.
Estático y de pie hace más de dos horas que está ahí.
Al principio lo veía claramente, era de día.
Ahora anochece y solo sé, que está ahí, porque ha quedado fijo en mi retina.

Cuando se encienden las farolas de la calle dejo de verlo y comienza a borrarse su silueta en mi retina.
Se convierte en sombra de recuerdo y entonces comienzo a pensar en qué puede hacer una persona, dos horas o quizás más de pie, delante de una ventana, mirando la calle.

He tomado tres cafés, he fumado varios cigarros esperando que pase algo más, pero no sé qué espero realmente.
Sin embargo no he podido moverme del sitio.
Como si descubrir al hombre quieto de la ventana hubiera sido algo mágico, o dramático o incomprensible.
Pero no ha sido nada de eso. Simplemente levanté la vista cuando acaba de sentarme y vi al hombre.
Y me pareció que miraba hacia mí (que no es seguro) está a bastante distancia como para detallar tanto, pero eso parecía.

Tenía las manos en los bolsillos.
Y eso, lo de las manos en los bolsillos tampoco tiene nada de dramático, pero, quieto y con las manos en los bolsillos es cuando menos, interesante.
Esta tan quieto, y siento en su mirada como una especie de curiosidad.

Eso lo estoy inventando porque ya lo he dicho, está bastante lejos, pero es lo que siento cuando miro y lo veo. 

También puede sentir un odio profundo, un odio nuevo, recién descubierto, ha quedado congelado en el momento de la aparición del odio. 

Nunca he sentido odio, o si lo he sentido habrá sido poco rato, o era rabia, pero para estarse así de quieto tanto tiempo en la ventana tiene que haber algo que salga de lo normal. Por eso pienso en odio, no lo conozco, es anormal para mí, es bueno para que encaje con este hombre quieto.

Es más, para que yo levantara la vista y lo viera ahí, en la ventana por fuerza él tiene que haber tenido una mirada profunda o ¿sigo inventado?  tanto, que me obligó a mirarlo.
Eso creo.

Se va haciendo de noche, prenden las farolas, ya no lo veo.

Pero creo que lo siento.

toda idea engendra Claudia Chacón

Comienzo a tener temblores en las manos de tanto café.
Y además ya tengo hambre. Pero aun creo que no debo levantarme, él podría prender la luz y automáticamente lo volvería a ver.
Pero la luz está apagada.
Quizás ya ni esté.

Debería quedarme y esperar un rato más, total, ya llevo aquí bastante tiempo.
Pido la carta y me decido por un bocadillo de atún con mayonesa y un vaso de leche, además de una ración de papas fritas.
Listo, espero mi comida, se van prendiendo las luces de otras ventanas pero la del hombre no, o creo que no, ahora no estoy segura de que se haya ido de la ventana, que haya prendido la luz y ahora me confundo y ya no está.


Pero, de pronto pienso que quizás haya salido, bajado, y esté por aquí cerca, mirándome. ¿Por qué lo haría?

Que estupidez estoy pensando.

¿Quién hace semejante cosa?

No es conmigo su odio. Bueno si es que es odio, podría ser amor, totalmente perdido por el amor. Avasallado por un amor que lo ha tomado por sorpresa y llega a su casa y ha dejado a su amada y ahora se queda totalmente quieto para revivir cada segundo con ella, cada beso, no quiere perderse ni un recuerdo, nada, decide quedarse muy quieto y en realidad no ve nada, no mira nada, no oye nada, no escucha nada, solo se queda ahí quieto en la ventana en una tormenta de recuerdos que lo hacen vivir un torbellino interno nuevo y delicioso. ¿Para qué se movería? Para nada, quiere quedarse tal cual. Y puede que sin verme, me mira porque soy casi lo único humano, casi tan quieto como él, pero en una mesa, con un café y pequeñas levantadas de cabeza y mirada para observarlo.

Ahora si mira hacia aquí, como en todo este rato me ha parecido que hacía, ya dije, sin ver, me ve claramente, aquí está la luz del local, brillando en la calle, me debe ver claramente.  

Traen mi comida.
Mientras como se me olvida completamente el hombre quieto de la ventana.
Pero totalmente. Tanto que cuando me acuerdo de golpe y me atraganto, toso y casi me ahogo.

Qué susto.
Levanto la vista. No lo veo. Pero no tengo dudas de que su ventana esté apagada

contigo,toda idea engendra. Claudia Chacon. atodocreyonblogspot2.com

Ahora si estoy convencida de que ha bajado y hasta puede estar en este local.
En todo este tiempo ha entrado y salido un montón de gente.
Miro y detallo a todos. Ninguno tiene las manos en los bolsillos.
Claro, que estupidez (otra más), si viene a sentarse es difícil tener las manos en los bolsillos, pero aunque crea que es estúpido busco a alguien estático, con las manos en los bolsillos.
Pero no, ninguno.
Estoy casi segura de que aquí no está, debe seguir arriba, se habrá cansado de estar de pie y ahora descansa, o come, o habla por teléfono, o ve televisión.

Pero no puedo dejarlo ir así, sin más, con odio o amor, o puede que con pena, profunda pena por una pérdida, un descubrimiento doloroso, alguien te llama y te da una de esas noticias que no pasan del oído, se quedan ahí dando vueltas, la cabeza se vacía de golpe, y no piensas. Te quedas “de una pieza” nada se dobla, todo pierde su flexibilidad, músculos y nervios se paralizan y quedan absolutamente estáticos siguiendo al cerebro vacío de ideas. 

Eso ha debido ser; pero usando este tiempo verbal no me queda más remedio que seguir esperando que algo pase porque no tengo certeza, ninguna, porque ese hombre quieto en la ventana debe estar viviendo sin duda una situación extrema, culminante, pico, álgida, emocionante y más, muchos sinónimos más, todos los sinónimos le calzan, todos se amoldan a él y eso es lo que no me deja moverme, aquí estoy pegada a la silla, esperando que se prenda la luz, o que llegue la mañana otra vez, lo que sea que me demuestre que este hombre quieto en la ventana sigue ahí viviendo en ese estado. Haciéndome vivir, pensando que no me ve, pero me mira.

Al fin, cuando ya decido que debo irme y soltar estas horas sin sentido, se prende una luz, se ilumina la ventana, no está él, pero ahí está. Ha superado el momento, ha vuelto a pensar, ha dejado de sentir terriblemente, profundamente.

Ahora seguramente tomará de nuevo el ritmo de su vida, ha salido de su parálisis, quizás no sanará pronto, quizás seguirá emocionado, odiando, amando, no lo sé.

No lo voy a saber nunca, me voy, lo dejo, me cuesta un mundo apartar la vista de esa ventana, sé que detrás esta él, con su vida, con sus dudas, pero yo sé que mientras estuvo quieto en esa ventana su vida estuvo absolutamente llena, rebosante, desbordada y yo estuve con él.   

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